Por: José Joaquín Gori

Embajador de Carrera

Se dice que la diplomacia consiste en pensarlo dos veces antes de no decir nada. O conectar el cerebro antes que la lengua. Es una noción prejudicial, pues si bien los primates son criaturas muy parecidas al homo sapiens, hay que considerar que para elementos como Maduro esto de repensarlo antes de rebuznar es un ejercicio que les queda cuesta arriba; y ni se diga de la proposición de conectar primero el cerebro antes que la lengua. No hay cómo hacerlo, por sustracción de cerebro y exceso de lengua. Con razón Maduro siempre anda ofendido. Un primatólogo me advertía que no por lo grandote y desmañado tocaba tratarlo como mero chimpancé, pues aparenta que también es capaz de manifestar algo de empatía y amabilidad, altruismo, incluso sensibilidad y paciencia. Esas son características de unos mini chimpancés, los bonobos. Eso si, parece que los chimpancés de cualquier especie tienen problemas con el baile de la cumbia, similares a los de Maduro. Tampoco distinguen bien los géneros y les gustan los bananos o las bananas y los cacahuetes o las alcahuetas… como a Maduro.

El hecho es que cuando se cosecha maní llegan los monos, y eso es lo que nos está pasando en la arena internacional, fruto de la diplomacia arrabalera de la administración Uribe y de la diplomacia de la frivolidad que le siguió. Desde el laudo arbitral de 1891 nuestra diplomacia ha venido cuesta abajo en la rodada, como el tango. La forma en que hemos enfrentado las demandas de Nicaragua y Ecuador recuerda épocas oscurantistas, cuando los reyes disponían de sus reinos y de los súbditos a su soberano antojo y en secreto. La representación internacional de la República no obedece a criterio alguno, excepto el de las corruptelas del poder y la incompetencia de quienes rodean a los príncipes. Es grandísimo el daño que se le ha hecho al país por ignorancia, negligencia y autosuficiencia. Nos quedaba el inocente consuelo de pensar que al menos las actuaciones de la República se habían caracterizado por la buena fe, la rectitud y el respeto al derecho internacional. Ya no nos queda ni eso. Ahora las actuaciones a más de torpes e irresponsables desprenden vahos de corrupción y mala fe. Los ocho años de Uribe fueron nefastos en materia de diplomacia; y, lamentablemente, la administración Santos tras un giro inicial favorable se descarriló. En todos estos años el servicio exterior no ha sido otra cosa que el gran instrumento de todas las manifestaciones de la corrupción política.

La gestión de Mrs Caroline Barco se redujo a cuatro años de exhibición de pañoletas, desfiles de pasarela y acumulación de millas. Era lo que con mucha gracia ella debió creer que era la «interméstica», pues no sabía hablar de otra cosa. En el 2003 firmó un impunity/immunity agreement con los Estados Unidos, que establece que Colombia no extraditará a ningún agente de los Estados Unidos que fuere requerido por la Corte Penal Internacional, violando olímpicamente la Constitución al sustraer el tratado a la aprobación del Congreso y la revisión de la Corte Constitucional. Este pacto viola descaradamente el propio Estatuto de la Corte Penal Internacional, del que somos parte. Eso si, se le abonan a Mrs Caroline y a todos sus sucesores el papel de firmones de cuantos turbios nombramientos diplomáticos exigen desde Palacio para los múltiples acomodos de la fauna política.

La sucesora de Mrs Caroline debido a lo corto de su temporada sólo tuvo tiempo para ofrecerle clases de vallenato al dictador Chávez. Su remplazo venía de estar guardado por largo tiempo por cortesía de nuestros ahora contertulios y amiguis de las FARC, y el tiempo tan sólo le alcanzó para recorrer algo de mundo para actualizarse. Fue sacado un poco inopinadamente por un canciller de pinta rockera, Bermúdez Merizalde. Una de las hazañas de Bermúdez fue llegar de Buenos Aires y descabezar de una al todavía Canciller Fernando Araújo, aprovechando que el hombre andaba de gira por Asia en desesperado esfuerzo por disminuir la extraordinaria ventaja en millas que le llevaba Mrs Caroline Barco. Bermúdez Merizalde dejó para la posteridad el término «integralidad » en remplazo de la «interméstica» de Mrs Caroline. Su gestión se redujo a encargar a un grupo de cerebros un estudio sobre política exterior del país estilo Natalia Springer. Así, lo más granado de los politólogos y expertos criollos produjeron un mamotreto que ni ellos mismos han leído, y que con respecto a los verdaderos puntos nodales de la diplomacia colombiana no propone absolutamente nada serio, pero que es abundante en literatura fantástica. Para el chantilly de la tarta se le encargó al ubicuo contratista y ex Primer Ministro británico Tony Blair que opinara sobre la majestuosa obra, que se le envió en «resumen ejecutivo». El concepto del astuto Mr Blair fue que Colombia debía divulgar las cosas buenas que tiene. Ese chiste inglés nos costó a los contribuyentes 20 mil libras.

El señor Bermúdez Merizalde debe tener sentido del humor, pues antes de hacer mutis por el foro nos dejó como recuerdo un pomposo «Sistema Administrativo Nacional de Política Exterior y Relaciones Internacionales»«con la finalidad de generar una visión transversal eficiente y de largo plazo». El engendro no pasó de payasada y en cuanto a la visión transversal, al parecer se afectó por cataratas diplomáticas. Antes de retirarse, y para superar a la señora Barco, firmó con los Estados Unidos un tratado que convertía en base militar de ese país todo el territorio de Colombia. La Corte Constitucional ha fallado que el adefesio tiene que ser sometido a la aprobación del Congreso y la revisión constitucional antes de que pueda ser perfeccionado. El hecho de que con la firma entrara en vigencia y no pueda ser modificado por diez años parece no importarle a nadie. En otro país y en otros tiempos los firmantes de tan ignominioso pacto de vasallaje hubieran sido fusilados en plaza pública.

Tras la salida del Presidente Uribe parecía que la descarriada diplomacia trataría de encausarse. Pero el primer gran error que la administración Santos cometió fue dejar que siguiera tal cual el pleito con Nicaragua, preparándose para el desfile de la victoria. Cuando en lugar del esperado triunfo recibimos una muenda, todo se chispoteó. De ahí en adelante la diplomacia colombiana chirría.

Entre las genialidades de la nueva era puede destacarse que tratamos de rebajarle estrato a la OEA, que realizaba el ideal del Libertador; que a las naciones caribeñas las clasificamos como vecinos raros con quienes de vez en cuando podemos mandarnos una botella de ron para sociabilizar; que a los dictadores onda Siglo XXI que hacen un sayo de la constitución los tratamos de demócratas y compadres, y que nos importa un sieso lo que hagan con las instituciones o con sus ciudadanos. De remate, a costa de los procesos de paz con criminales de toda laya nos hemos convertido en menesterosos y plomazos internacionales… tremendos calzonazos, además. Todo ello mientras invadimos los países amigos con una jauría de diplomáticos que parecen salidos del Arca de Noé, pues hay de todas las especies: desde generales y mariscales hasta pájaros de cuenta, pasando por toda la gama de recompensados o consolados o aquietados con cargos diplomáticos.

Entretanto, como logros de la diplomacia se proclama que los colombianos podemos viajar sin visa a regiones exóticas como Andorra, Uganda, Samoa o las Islas Cook. Al hacerlo podemos ostentar con orgullo que nuestro país ha contribuido a la civilización con creaciones tan novedosas como la doctrina de la inaplicabilidad de los fallos judiciales, la zancadilla como medio para retirarnos de los tratados, la cárcel simbólica, el congresito, el derecho penal alternativo y los multimillonarios contratos algorítmicos a la «Springer von Schwarzemberg».

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