Por: Carlos Hernández

Como se ha evidenciado de manera frecuente en los medios de comunicación en las últimas semanas, la situación en la península coreana atraviesa una de sus más complejas coyunturas, que ha elevado las preocupaciones de la comunidad internacional. Se trata de la enemistad y confrontación entre Corea del Norte (con China como aliado) en una esquina y EE.UU., Corea del Sur y Japón en la otra orilla. Esta situación se ha presentado en el pasado por las férreas posiciones de ambos lados, que buscan preservar su seguridad nacional a toda costa. Para comprender el escenario hay varios elementos a considerar. El primero, es que los principales enfrentados (Corea del Norte y Corea del Sur) continúan en guerra técnicamente, puesto que sólo han firmado un armisticio en el año de 1953. El elemento siguiente es la división territorial, política, social, económica, cultural y militar de una sola etnia que es la coreana en dos países, lo que ha dificultado aún más el proceso de reunificación pese a los intentos de ambas coreas. El tercer componente es la presencia militar masiva y doctrina de seguridad nacional de EE.UU. en la región como parte de la disuasión y contención a China, en el mar meridional chino y de Rusia en el Pacífico norte, por el cruce de importantes intereses económicos y geoestratégicos.

Sin embargo, la preocupación y tensión máxima se refiere a que este cóctel explosivo de intereses globales, geoestratégicos y políticos, tiene un ingrediente con la capacidad de extenderse en una conflagración global y afectar definitivamente la vida en el planeta. Se trata de la posesión de arsenales nucleares por parte de Corea del Norte y de EE.UU. quienes se enfrentan desde hace unas semanas en una escalada de tensiones, que se distingue por el intercambio de declaraciones amenazantes y sentencias, pruebas de misiles balísticos, juegos de guerra conjuntos, demostraciones de fuerza, tanto de Corea del Norte -como el desfile del día del sol donde mostraron todo su poderío militar- como con el despliegue de aviones estratégicos y de grupos de combate navales por parte de EE.UU. pertenecientes a la tercera flota, encabezada por el portaviones nuclear clase Nimitz Carl Vinson que incluye dos destructores y un crucero. Un poder militar pocas veces acumulado en la región, que también incluye 20 submarinos chinos y una cantidad no determinada de submarinos norcoreanos, surcoreanos y japoneses, lo cual parece la antesala de una conflagración intensa que puede estallar en cualquier momento y amenaza con salirse de control.

Estratégicamente, esta situación se trata de un enfrentamiento desigual pues una de las potencias mundiales con uno de los ejércitos más poderosos del mundo (EE.UU.), se enfrenta a un pequeño país de la periferia, empobrecido, con un férreo gobierno comunista y muy hermético (Corea del Norte). La situación se ha tornado más compleja porque este pequeño país, que ha sorteado el colapso del comunismo internacional, las sanciones de la comunidad internacional, las hambrunas de los 90´s y la presión política internacional, posee un arsenal nuclear de bombas atómicas de fisión y de fusión, con las cuales no sólo ha desafiado a EE.UU. sino que ha logrado mantener su estabilidad y sistema de gobierno, pese a las adversidades, las constantes provocaciones conjuntas de EE.UU., Corea del Sur y Japón y la propaganda denigrante que se hace en los medios internacionales sobre el desconocido país.

Las relaciones entre el país comunista y EE.UU. han atravesado diferentes momentos críticos a lo largo de estos 65 años de armisticio, en los que EE.UU. ha utilizado diferentes herramientas geopolíticas de presión conocidas, como la reconstrucción y financiación de los países frontera de sus enemigos (contenidos por Corea Sur y Japón), la contención, la provocación y la disuasión; sabiendo de antemano que Corea del Norte es un tapón geopolítico y puerta de entrada a la retaguardia china, un escenario ideal de posicionamiento para los planes hegemónicos, pero que han sido sucesivamente desbaratados por la convicción y unidad mostrada por el país comunista. El problema es que en ningún momento como ahora, se han caldeado tanto los ánimos, que empezaron a subir de tono, cuando la República Democrática de Corea afirmó y realizó una prueba nuclear con una bomba de hidrógeno, que dicho sea de paso, es más potente que las bombas nucleares convencionales basadas en la fisión nuclear. Esta nueva adquisición del programa nuclear de Corea del Norte es un avance significativo porque se trata de una bomba termonuclear basada en la fusión de dos núcleos que liberan energía en grandes cantidades al crear un núcleo de Helio, y que funciona bajo el mismo principio que el sol, el cual -como todos sabemos- sostiene la vida en la tierra.

Los analistas de institutos internacionales de investigación, los investigadores, los reporteros, los militares y los políticos en todos los lados saben que la guerra de Corea en 1950 fue devastadora y no hubo victoria por lo cual se negoció el cese de hostilidades y se delimitó una frontera basada en el paralelo 38, ante la imposibilidad de una victoria de algún bando, ya fuera de la ONU (EE.UU.) o de las fuerzas comunistas combinadas de la República Democrática de Corea y la República Popular China. Por eso aún en medio de esta tensa situación que se ha exacerbado desde la llegada al poder de Donald Trump, se presume que sería muy insensato, una locura, y el error estratégico más grande, comenzar una guerra en la península coreana que tendría impredecibles consecuencias incluso globales y efectos sobre la vida humana en todas partes en el planeta. En este escenario EE.UU. amenaza con usar la fuerza y Corea del Norte responde que está preparada para responder cualquier guerra que le planteen los norteamericanos, al tiempo que amenaza con convertir en un lago del fuego a Seúl y dejar Tokio cubierto por una nube radioactiva. Las amenazas son muy serias y son respaldadas por lanzamientos de misiles, simulacros de ataque a tierra y mar por parte de Corea del Norte mientras EE.UU. realiza maniobras militares conjuntas con Corea del Sur y Japón.

Esta situación es crítica porque en algo más de un mes la tensión se ha incrementado exponencialmente llevando a ambos bandos a sopesar todas las posibilidades de solución de una crisis, que en cualquier momento puede encender la chispa de una guerra nuclear, y que arrastraría a la humanidad al holocausto nuclear, el invierno nuclear y la transformación de la vida tal como la conocemos en la actualidad. Porque se dice eso? No sólo por las declaraciones de líderes de ambos bandos, sino por la carrera armamentista, el despliegue de fuerzas estratégicas en una región congestionada de armamento y militares, en una pequeña porción de tierra y mar, que amenaza desbordar en cualquier momento y llevar a la destrucción de todos los implicados. Eso es lo único cierto. En un escenario potencial de guerra, EE.UU. devastaría Corea del Norte, éstos a su vez destruirían Corea del Sur y Japón y si es verdad que han logrado desarrollar misiles balísticos intercontinentales, entonces destruirían una porción de EE.UU. El resultado: No habría ganador. Eso sin contar que la confrontación inicial y el intercambio nuclear parcial podría, por alianzas e intereses geoestratégicos, arrastrar a países como Rusia, China, India, Pakistán, Irán e inclusive Israel a una confrontación que destruiría la vida en la tierra por al menos una década, según las proyecciones de los expertos.

Corea del Norte ha manifestado con denotada convicción que responderá con una guerra total cualquier tipo de agresión y que usará sus misiles infalibles para destruir a sus enemigos en tierra o mar. Pero esto no sería tan grave si no hubiera de por medio arsenales nucleares en manos de líderes inestables como Donald Trump, listos a presionar el botón sin más consideración que su propio ego de macho. Ante la intransigencia y agresión de EE.UU. está la determinación de un pequeño país de defenderse a toda costa, pero como se decía anteriormente las consecuencias pueden ser globales. Los expertos, según informaciones de medios internacionales, señalan que de caer sólo 300 bombas nucleares en EE.UU., el país quedaría destruido por completo y no se podría volver a levantar por décadas debido a la contaminación radioactiva. Es decir que los estadounidenses estarían condenados a vivir bajo tierra. Asimismo, otros cálculos exponen que de estallar 50 bombas nucleares en un hipotético y eventual conflicto nuclear, se elevaría tanto escombro a la atmósfera que incrementaría el cambio climático y el efecto invernadero de manera que habría un proceso de desertificación seguido por un invierno nuclear donde obviamente perecería la mayor parte de la población mundial sin importar donde se encuentre.

Es por esto que se habla de apocalipsis, puesto que hace referencia a una destrucción masiva y punto de no retorno en el cambio de las condiciones del ecosistema global, así como a toda clase de estallidos sociales, crisis económicas, shocks idiosincrásicos, guerras de menor intensidad, ley marcial en muchos países, hambrunas, desastres naturales más fuertes y guerras por el agua y la supervivencia de diferentes pueblos. En fin, se podría decir que hace referencia al final de los tiempos. Desde luego, hay quienes hacen los cálculos de la guerra y lanzan sus aullidos de guerra, especialmente en el complejo industrial militar que soporta el estilo de vida norteamericano. Es claro que ellos poseen las armas nucleares y que pueden realizar un ataque masivo a Corea del Norte hasta reducirlo a cenizas, pero este país tiene su arsenal dispuesto a eliminar de un tajo las amenazas contra su soberanía como lo han venido comprobando. Se calcula que tiene algo así como mil misiles combinados de corto alcance (1000 km), alcance medio (1000 a 3000 km), alcance intermedio (3000 a 5500 km) e intercontinental (más de 5500 km), los cuales podrían alcanzar a EE.UU. continental. Desde luego Corea del Sur y Japón están más que a la mano de su artillería.

Esta situación tan tensa y peligrosa, significaría el inicio de la tercera guerra mundial, si se sale de control. Pero persiste un confuso optimismo referente a que nadie está tan desequilibrado como para desatar este nivel de destrucción masiva, en donde, repito, no habría ganadores y sí, la vida entera del planeta, por perder. Ahora, sólo tres bombas de hidrógeno son suficientes para acabar la vida en el planeta, esto lo saben los gobiernos la comunidad internacional, los expertos e incluso algunos de los ciudadanos interesados en estos temas. Por eso sería una locura por parte de cualquier bando desatar una confrontación, no sólo porque sería devastador para la península sino por los efectos globales duraderos. Por ahora ambas naciones mantienen sus hostiles posiciones en una tensa calma en donde se analizan cuidadosamente las acciones del enemigo y las respuestas para mantener la disuasión. Finalmente se ha analizado por expertos, que un ataque preventivo está descartado porque no habría ventaja estratégica y podría generar un ataque en oleadas sucesivas que arrasaría la península. Todos se preparan y nadie cede, continúan los ejercicios de guerra y los simulacros de combate, mientras la diplomacia trabaja arduamente en una respuesta. La expectativa: Que el inestable presidente de EE.UU. con capacidad de desatar el apocalipsis acuda a su lado más racional y se solucione la tensión por cualquier vía posible, menos con la fuerza.

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