Por: Diego Alfredo Pinilla Molina

Internacionalista UJTL

La mayor empresa del Brasil, la reconocida Petrobras, se ha visto envuelta en un impresionante escándalo de corrupción que involucra a buena parte de la clase política y empresarial, ejecutivos, empleados y contratistas, por hacer parte, según las autoridades, de una trama de lavado de dineros y sobornos por miles de millones de dólares en contratos irregulares para licitar grandes obras de construcción con la estatal petrolera.
Una avalancha de lodo tóxico arrasó con la ciudad de Mariana en el estado de Minas Gerais, luego de que se rompiera el dique de un embalse que contenía desechos químicos producto de la actividad minera de la empresa Samarco, que a su vez es propiedad de la gigante brasileña Vale y BHP Anglo-Australiano Billington, dos de las tres empresas mineras más grandes del mundo.
En el estado de Pará, sobre el río Xingú, en plena Amazonía brasileña se adelanta la construcción de la Hidroeléctrica Belo Monte destinada a ser la tercer mayor represa del mundo, la cual inundará cerca de 500 kilómetros cuadrados de selva virgen, con la intención de generar el 11 por ciento de la energía del país.
Pero, ¿Qué tienen en común todos estos acontecimientos? Sin duda, todos han producido un enorme descontento en el país, generando una oleada de protestas en contra del gobierno de Dilma Rousseff. Es una bola de nieve que ha venido creciendo junto con la fuerte disminución de los ingresos, la evidente contracción económica y la crisis institucional, lo cual se ve reflejado en el 68 por ciento de desaprobación en la gestión de la mandataria. La inconformidad es evidente, las manifestaciones en las calles, son un ejercicio de ciudadanía que debería ser escuchado, y como mínimo respetado por los políticos.
Sin embargo, para Brasil vivir este proceso de libertad de expresión es una relativa novedad. Durante el siglo XX se vio inmerso en discontinuos procesos dictatoriales que se caracterizaron por un férreo mandato militar con estrictos controles de los derechos individuales. No es de extrañar, que en concordancia con sus pares del Cono Sur de América, lograran instaurar los regímenes autoritarios que permitieron a los militares cogobernar esa parte del vecindario durante cerca de 20 años.
Brasil fue entonces, un país que aun estando en dictadura puso en práctica la democracia. Tal vez no en todo el país, pero si en un equipo de fútbol. Para inicios de los años 80, el club de fútbol Corinthians Paulista, decidió realizar una insólita experiencia sociológica, hacer de su propio mundo una práctica democrática, la Democracia Corinthiana. Para ese momento la plantilla contaba con hombres como Sócrates, Wladimir y Casagrande, jugadores con evidente talento para el fútbol, pero también para ejercer el activismo político en rechazo al estado de represión en el que se vivía en la sociedad brasileña. Ellos emprendieron junto con el presidente del club, una fórmula revolucionaria en el deporte, un sistema de autogestión en la que los directivos, el cuerpo técnico, los jugadores, y hasta el más humilde empleado decidirían todos los temas por votación. Era democracia pura.
El fallecido escritor uruguayo Eduardo Galeano, lo definió así: “En plena dictadura militar, los jugadores del Corinthians tomaron el poder y durante dos años instauraron la democracia corinthiana. Los jugadores decidían todo por mayoría, votando, el método de trabajo, los sistemas de juego, los horarios de los entrenamientos, las contrataciones, la distribución del dinero. ¿Los augurios? ¡Los peores augurios! Y Sin embargo en esos dos años de luminosidad convocó las mayores multitudes en los estadios del Brasil, hizo posible el milagro de ganar dos campeonatos seguidos y ofreció el fútbol más hermosos y vistoso de todos. No duró más de dos años la experiencia… pero sí que valió la pena.”
Y sí que la valió. El éxito deportivo fue el instrumento por el cual sumó millones de adeptos que empezaron a creer en el fenómeno de la democracia. Fue en esa época en un evidente acto de desafío al gobierno de facto, y cuando todavía ningún equipo de fútbol llevaba publicidad en la camiseta, que salieron a la cancha con la inscripción “Directas ya”, que se refería a la organización, que exigía elecciones presidenciales directas por parte del pueblo y no mediante la decisión de un parlamento. Fue tal la presión, que el Congreso se vio obligado a votar la enmienda que aseguraba la elección popular del jefe de Estado.
En 1989, luego de 25 años de dictadura se realizaron las primeras elecciones presidenciales, en parte gracias a un movimiento, que desde el deporte había logrado cambiar el escenario político de una nación.
En momentos en que varios países del continente, como Argentina y Venezuela, afrontan agitados procesos electorales, es saludable traer a colación una sencilla pero cierta analogía del club Corinthians: “Ganar o perder pero siempre con Democracia”.

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