LA DEBACLE EN UCRANIA: VLADIMIR PUTIN BAJO PRESIÓN

  • 1 abril, 2022
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Artículo de Opinión

Por: Luis Mario Martínez Arellano / Analista Internacional, y Licenciado en Relaciones Internacionales

Si descontamos las guerras que se emprenden por orgullo o por fervor, todo jefe político debe, por necesidad, meditar un tiempo considerable los posibles costos y beneficios que tendría el lanzarse en una ofensiva contra otro país antes de dar la orden final. En ocasiones se acierta razonablemente a la proporción costo-beneficio, pero en otras, la naturaleza falible del humano sumada a la naturaleza impredecible de la guerra tiene como resultado el que las consecuencias del conflicto acaben siendo muy diferentes a lo esperado.

Para cómo han evolucionado las cosas en el asunto ucraniano los últimos días, no sería descabellado empezar a cuestionarse si el cálculo de Vladimir Putin fue errático. ¿O será que sí tenía presupuestado el ostracismo político, económico, financiero, cultural, comunicativo, e incluso deportivo? Y si ese es el caso, ¿sus objetivos en Ucrania están por encima de todo eso?

El envalentonamiento de Putin tiene una explicación adicional, y es que, hasta esta ocasión, todas sus perfidias anteriores habían recibido una respuesta occidental más bien templada. Sanciones y palabras duras, sí, pero nada que asentara un verdadero precedente que sirviera para disuadir futuras agresiones. Ni siquiera las sanciones que se le aplicaron a Rusia en el 2014 por sus acciones en Crimea y en el Donbás, que en el papel fueron muy duras, lograron impedir que llegásemos a este punto.

Hoy en día la historia es completamente diferente. A menos de dos semanas de haber empezado la invasión, los costos ya son notoriamente dolorosos para Putin y para Rusia: ha perdido posiblemente a miles de soldados; ha desatado una avalancha económica en casa que tan sólo puede empeorar; ha encendido la chispa de la rusofobia en el mundo; ha cohesionado aún más a la OTAN y disparado sus presupuestos militares; ha sembrado el descontento en su propia población; y ha alineado la opinión pública del mundo entero con Ucrania y contra Rusia.

¿Y qué ha ganado al momento? Salvo el control de algunas áreas y la destrucción de edificios, no mucho más. La guerra ha probado ser tremendamente costosa para Putin y nada redituable. Contra todo pronóstico de analistas internacionales – y de generales rusos – el ejército y los ciudadanos organizados de Ucrania han probado ser un hueso durísimo de roer. Desafortunadamente, la férrea defensa que el país invadido ha mostrado hasta el momento acarrea en sí misma un enorme peligro para el Estado, las ciudades, y los civiles de Ucrania. Y es que, si la destrucción y las muertes inocentes ya son notorias, tan sólo pueden empeorar: es la única salida para Putin.

Cuando un jefe político se decide lanzar en una guerra ofensiva se ve primeramente en la necesidad de justificarla a su gobierno y a sus gobernados. No necesita presentar un extenso tratado filosófico, solo dar algunas razones y repetirlas incansablemente. Habrá muchos a los que no logrará convencer, pero habrá otros tantos a los que sí, y el problema para Putin radica en estos últimos.

¿Por qué? Porque a los pacifistas no los contentará gane o pierda la contienda, pero a los belicistas sí les tiene que dar la victoria. Si la invasión se dificulta y se alarga en Ucrania, la población empezará a cuestionarse no sólo la pertinencia de la guerra, sino la pertinencia de Putin mismo – quien tiene no pocos detractores en la población. Todo pesará más en medida que pase el tiempo y no se zanje la guerra: las sanciones económicas y financieras; la desconexión con el mundo; el descontento de los oligarcas; las muertes de padres, hermanos y amigos; la represión a las libertades civiles que existe y que se agravará; en fin, todo pesará y se sumará, y el régimen podría empezar a tambalear.

Por ello es que Putin no puede simplemente dar vuelta atrás. Ya hay demasiadas cosas en juego. Aún si de un día para otro fuera a anunciar la suspensión total de la ofensiva en Ucrania, resulta altamente improbable que Occidente retire todas las medidas que ha tomado hasta el momento. El jefe ruso necesita doblegar a Ucrania para que acceda a sus demandas, y cuanto más rápido sea, mejor. Desafortunadamente, la manera más viable para forzar a Ucrania a ir a la mesa de negociación es mediante el incremento masivo de la capacidad de fuego, lo cual implicará más bombardeos, con mayor letalidad y radio, y mucha menor premeditación. Para este momento ya hay indicios de lo anterior.

Entre el 1 y el 3 de marzo, autoridades ucranianas y grupos defensores de los derechos humanos acusaron a Rusia de haber utilizado armas termobáricas y bombas de racimo en Ucrania. Mientras que las primeras no son ilegales según el derecho internacional, el Arms Control Center advierte que su potencial destructivo en edificios y complejos departamentales es muchísimo mayor que contra objetivos militares, por lo que, de utilizarse regularmente, los civiles serían los principales afectados. Las segundas, por su lado, están explícitamente prohibidas por la Convención sobre Municiones en Racimo.

Por otra parte, el Institute for the Study of War indica en sus reportes situacionales del 6 y 7 de marzo que durante los últimos días las fuerzas rusas se han dedicado a reagruparse para preparar nuevas ofensivas en Kiev, Járkov y Mykolaiv, pero que mientras tanto, han incrementado sustancialmente los ataques aéreos y de artillería en posiciones e infraestructuras civiles. El Live Universal Awareness Map de Ucrania, herramienta que rastrea a diario los acontecimientos de la guerra, parece confirmar lo dicho por el instituto, pues un conteo rápido en su herramienta de mapeo revela que los ataques a distancia han sido la principal forma de agresión rusa en los últimos días, y que edificios residenciales, plazas, e incluso iglesias, han sido objetivos de los bombardeos rusos.

Ni siquiera los corredores humanitarios para la evacuación de civiles que se habían pactado han quedado exentos de este tipo de agresión. El atraco más reciente a estos puntos fue el 6 de marzo, cuando al menos cuatro civiles – incluidos dos niños – murieron tras un ataque de mortero en un puente en Irpin, donde se encontraban numerosos civiles esperando ser evacuados. El Ministro de Relaciones Exteriores francés, Jean-Yves Le Drian, criticó la iniciativa rusa de crear estos corredores, pues a su juicio, no son más que una trampa mortal para los civiles. Citó que esta estrategia ya había sido utilizada por los rusos en Chechenia y en Siria. 

Así, se puede esperar que los días venideros sean durísimos para los civiles ucranianos, con muchos más bombardeos a edificios residenciales y puntos sin importancia militar, todo en aras de menguar la moral y la fuerza de los defensores. Putin, acorralado, no tiene otra alternativa más que sembrar el terror. No habrá ciudad ucraniana que esté a salvo, pero la capital en particular, Kiev, corre el riesgo de compartir un destino similar al de Varsovia en la Segunda Guerra Mundial: las cenizas.

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