¿Lejos estamos mejor?: Qatar, la comunidad LGBT, el Mundial 2022 y un debate para las Relaciones internacionales.

Por: Mayra Alejandra Hinostroza Cute / Redacción CIBEI Perú

Nuevamente el mundo se pone a la expectativa de unos de los eventos mundiales de mayor trascendencia en el ámbito del deporte: la Copa Mundial de Fútbol 2022. El evento organizado por la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA), ha indicado lugar y fecha para el torneo deportivo más popular en el mundo. Qatar será el anfitrión en esta ocasión por 28 días durante los meses de noviembre y diciembre.

Después de conocer hace un tiempo a las 32 selecciones que disputarán el torneo mundial de fútbol, una vez más la opinión pública internacional se enciende por las recientes declaraciones de Nasser Al- Khater, presidente del comité organizador del Mundial 2022, sobre prohibir la bandera de la comunidad LGBT en los estadios y todo tipo de muestras de afecto público. Todo ello bajo la pretensión de “defenderlos”, ya que el país árabe es islámico, religión que condena abiertamente a personas con orientaciones sexuales no genéricas.

Frente a esta situación, surgen dudas respecto a los esfuerzos reales que realizan organizaciones como la FIFA o el Comité Olímpico Internacional (COI) para que el deporte posea un carácter integrador y equitativo. Más aún, si se considera la creciente polarización social en torno a posiciones políticas extremistas que rozan con la intolerancia y, en último término, hacen temblar los cimientos democráticos de la comunidad internacional contemporánea.

¿Es posible que una organización de talla mundial como la FIFA pueda respaldar la manifestación abiertamente discriminatoria de las autoridades Qatar? ¿Acaso le corresponde tomar acción y sentar postura acerca de una de las luchas sociohistóricas en la sociedad internacional? ¿O el deporte y la política deben mantenerse en planos apartados? Revisemos más detalladamente los precedentes existentes para dar cuerpo a este caso.

Recordemos brevemente el significado de las Olimpiadas en la Antigua Grecia. La reunión de los mejores deportistas se realizaba en honor al dios Zeus de la mitología griega. A varios siglos de distancia, el trasfondo ha sido reemplazado por la necesidad de integración social, cultural y (¿por qué no?) económica del país anfitrión con los demás países clasificados. De modo que las barreras geográficas, lingüísticas y políticas no interfieran en el sentido de comunidad global que nos envuelve. Una tarea que el deporte ha logrado con bastante eficacia, si somos honestos.

Es así como se dio la expansión de este evento deportivo, desde la creación de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) en 1904 hasta el presente torneo mundial de fútbol. En los albores del siglo XX, el fútbol era un deporte popular en Inglaterra, pero desconocido para el mundo olímpico y bastante lejos de ser un referente en el mundo olímpico. Sin embargo, conversaciones entre la FIFA y el COI dieron luz verde para que el torneo naciente tomara y adoptara algunas de sus reglas, lo que permitió la realización del 1° mundial de fútbol oficial en 1930 con selecciones de América y Europa en el Estado anfitrión de aquel entonces, Uruguay.

Asimismo, desde la Antigüedad, las Olimpiadas representaban una breve tregua ante los conflictos y guerras que los caminantes podrían encontrar en su tránsito hacia el punto de reunión. Sin embargo, esto no significa el término de estas. Asimismo, los torneos mundiales de fútbol no han podido resarcir o menguar los estragos de las guerras ocurridas en Siria o Yemen. Aunque cabe resaltar el reciente esfuerzo de la FIFA por sentar posición en el conflicto entre Rusia y Ucrania, dejando al primero fuera de competencia.

A pesar de ello, ha sido objeto de discusión la reciente respuesta emitida por Gianni Infantino, presidente de la FIFA, en el marco del 72° Congreso de la organización mencionada. Puntualmente, se le cuestionó acerca de la supuesta “nueva política” de la FIFA para suspender de la competición a cualquier país que invada a otro, a propósito de la decisión adoptada de expulsar a Rusia de la competición por la invasión a Ucrania como precedente en una institución que había tenido bastante éxito esquivando los asuntos políticos.

No obstante, la respuesta de Infantino se limitó a hacer énfasis en la particularidad del conflicto actual y la decisión consecuente, pero que no podría extenderse indistintamente la misma acción ante otros Estados que hayan iniciado un conflicto y cuya selección se encuentre en la competencia deportiva. Precisamente, el caso más sonado en que se presentó una situación similar en el pasado y la FIFA no tomó una medida tan drástica contra una selección deportiva nacional fue la invasión a Afganistán por parte de Estados Unidos, cuya única medida fue la prohibición de los partidos de local a razón de los constantes atentados y la inestabilidad política y social.

Después de este breve recorrido del actuar de la FIFA en relación a situaciones de la política internacional, el lector podría cuestionarse la pertinencia de hablar de deportes, o cuestiones de “baja política” desde la mirada de las Relaciones internacionales. No obstante, el fútbol se ha convertido en un factor de cohesión entre ciudadanos con distintas identidades que conviven en un mismo Estado y que superan los límites geográficos para involucrarse con la complejidad social, política y cultural de un Estado del cual apenas conocen el nombre, el idioma o el tipo de moneda.

Esto no es un hecho apartado. La débil institucionalidad que atraviesa en las últimas décadas algunas organizaciones internacionales o regionales también influye en el incremento de poder de otras, tales como las organizaciones no gubernamentales privadas a nivel local, nacional e internacional. En ese sentido, la FIFA ha superado el mundo de la administración deportiva para instalarse en la sociedad internacional como un actor político del cual se espera cada vez más, a raíz de la velocidad de internet y los medios de comunicación para transmitir conflictos, guerras y crisis humanitarias a todo el mundo.

Más allá de la mirada tradicional del fútbol como “soft power”, el fútbol y algunas otras contadas expresiones del ser humano son el único vínculo de muchos ciudadanos mantienen con las relaciones internacionales. No solo refleja los asuntos de la alta política de un Estado, sino también expresa los cambios y tendencias sociales a nivel mundial. Por ejemplo, la profesionalización de las mujeres en el fútbol, la diversidad intercultural e interracial en las selecciones nacionales a raíz de las migraciones y colonizaciones de los siglos anteriores y, actualmente, la participación de personas con distintas orientaciones sexuales en el torneo mundial más esperado por la sociedad internacional.

En esa línea y retomando la cuestión acerca de las libertades de la comunidad LGBT durante el Mundial 2022 en Qatar, la FIFA puede (y debe) apuntar hacia la defensa de los derechos humanos mucho antes que salvaguardar costumbres religiosas intolerantes con la complejidad sexual humana. La cuestión pasa por preservar la integridad y el bienestar del público asistente que pertenece a la comunidad LGBT como reflejo de la tendencia en el fútbol: aceptación y tolerancia hacia las personas de distinta orientación sexual. El género no es un impedimento para gozar de cualquier deporte.

Con estas líneas, no es pretensión de la autora que el fútbol revolucione las estructuras religiosas enraizadas en los países islámicos, ni mucho menos mostrar irrespeto por el credo ajeno. Tampoco el fútbol encontrará soluciones para las guerras o la cadena de valor en declive, pero es importante enfocar correctamente las soluciones y actuar coherentemente de acuerdo a lo que manifiestamente se expresa en la sociedad. No desde una mirada proteccionista, buscando separar al fútbol de la sociedad que lo sigue, apoya y alienta.

Esto no es un problema de la comunidad LGBT, es un problema para la comunidad LGBT, en el cual las organizaciones internacionales públicas hacen su parte progresivamente mediante las cuotas de género y educación sexual integral. Es momento de que las organizaciones privadas también establezcan una serie de términos inviolables para garantizar la universalidad del deporte en todas sus formas. La posición de poder de la FIFA podría permitirle negociar ciertas cláusulas con los Estados que ansían ser anfitriones de los próximos mundiales.

A modo de cierre, cabe indicar que nos encontramos en mundo con fórmulas conservadoras en ascenso, las cuales van ganando terreno en la política nacional e internacional debido al apoyo de los mismos ciudadanos. Hemos entrado a una etapa de flaqueo de la democracia y las banderas que estas agrupaciones y personajes defienden incurren en la intolerancia y el desdén por poblaciones históricamente marginadas, tales como la comunidad LGBT.

En ese sentido, desde su limitado pero influyente rincón, la FIFA posee los recursos para salvaguardar la democracia en el mundo del fútbol. Si bien no solucionará la discriminación en el mundo deportivo o, en general, en la sociedad; sí puede ubicarse en el lado correcto de la historia y del debate eligiendo actuar y no huir del complejo mundo de la política.

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