Por José Joaquín Gori Cabrera

NUEVO GOLPE A LA CORONA: BARBADOS “DESTITUYE” A LA REINA ISABEL II COMO JEFA DE ESTADO

Este aparatoso titular se le aparece a cualquiera que abra Yahoo. Es falso y engañoso. Se ha regado como pólvora la noticia de que Barbados se independiza del Reino Unido; que al volverse república con un presidente como jefe de Estado en cierta forma destituyeron a Isabel II; que se salen de la Commonwealth y que todo esto es un nuevo golpe para la corona británica, que se une al supuesto virus que afecta a la reina Isabel y a los problemas con el príncipe Harry y su bella esposa Meghan Markle. Nuestras cadenas radiales corrieron a repicar la noticia, que es un sancocho de inexactitudes.

Lo único que ocurrirá es que en noviembre de 2021 el jefe de Estado de Barbados dejará de ser la reina Isabel II, y tendrán en su lugar un presidente nativo. Varias naciones que se independizaron del Imperio Británico tienen constituciones en donde adoptan como monarca propio a quien sea el monarca del Reino Unido. Así, Isabel II usa varios sombreros y uno es el de Isabel II reina de Barbados. En esta condición es reina, no del Reino Unido ni de una colonia, sino reina de Barbados como nación independiente. La única arandela es que se aplican las reglas de sucesión del Reino Unido. Pero eso tiene la ventaja de que los países que aceptan al monarca británico dejan a las leyes británicas definir quién lo será.

Se trata de un jefe de Estado con funciones protocolarias y de ceremonial. La reina actúa a través de un Gobernador General, que es nativo. Como es un régimen parlamentario, el gobierno lo ejerce el Primer Ministro, cargo que ocupa el líder del partido mayoritario. Si Barbados decide que el jefe de Estado ya no será el monarca británico sino un presidente barbadense no habrá cambio alguno en la organización política, sino leves ajustes y algunos cambios de distinta naturaleza. Por ejemplo, desaparecerá la calificación de «real» para instituciones y entidades. No habrá Policía Real ni Her Majesty´s Courts. Lástima, porque con el apelativo “real” todo suena realmente bueno. Algo va de una mera jalea a jalea real, por ejemplo.

Hace años que se estudia la propuesta. El proceso empezó en 1979. Se pensó en un plebiscito con la pregunta “¿usted quiere que el jefe de Estado sea un nativo de Barbados?”. Tras varios avatares se optó por una reforma constitucional.

Hay aspectos poco conocidos de esa figura de la reina británica como monarca local. Si salen de la reina, la pomposa cárcel “Her Majesty´s Prisons Glendairy” pasará a ser simplemente fucking prison Glendairy, ya no más Her Majesty´s. No suena tan majestuoso. Por el año 2000 mantenían allí a unos colombianos que habían sido condenados a penas absurdas, que oscilaban por los 30 años. No eran narcotraficantes en todo el sentido de la palabra, pero fueron capturados en un intento de entrar droga a la isla. Los trataban como los peores criminales del Caribe. Mientras en los patios de la prisión de Glendairy había asesinos que tenían derecho a tomar sol, esparcimiento, ejercicio y estudio, a los colombianos se los mantenía a la sombra en sus celdas, y sólo se les daba media hora diaria de salida al patio. Sus necesidades tenían que hacerlas en un balde en la propia celda, que se recogía a las 9 de la mañana. Luego de esa hora tenían que convivir con los excrementos hasta el día siguiente. Yo venía hablando con los abogados que los defendieron, de gran calibre. Finalmente, conseguí una ayuda económica para financiar una acción constitucional en nombre de los compatriotas, por violación de sus derechos humanos. Ni la embajada ni el gobierno de Colombia eran parte, pero el caso era de interés general y sentaría un precedente muy necesario. Al banquillo pusimos al Superintendente de la Prisión y luego le tocaba el turno al Director de Fiscalías (Director of Public Prosecutions). Los incisivos abogados, actuando con elegancia y maestría, arrinconaron al director de la cárcel, mientras en el estrado de los testigos deponían los colombianos sobre la miseria de sus condiciones en la prisión. En el momento de mayor tensión los demandados sacaron un as de la manga: le pidieron al juez una entrevista en sus cámaras, y a los cinco minutos el togado regresó y con aire solemne declaró que la defensa había invocado “el privilegio de la Corona”, i.e., un recurso arcaico que permite terminar un interrogatorio y suprimir evidencias en un proceso cuando peligra la supervivencia de la Corona. En pocas palabras, los demandados no tenían que rendir declaración sobre los motivos del trato inhumano y discriminatorio de los colombianos ¡porque estaba en peligro la Corona!

Para no dejar inconclusa la historia y sin final feliz, debo agregar que a los pocos días los colombianos salieron a los patios y se nos permitió jugar un picado de fútbol, para deleite de la prensa, que llenó de comentarios jocosos la noticia. Yo llevé el balón. Parafraseando al agente designado por la administración Santos para representarnos ante la Corte Internacional de Justicia en los dos nuevos procesos por demandas de Nicaragua, la decisión del juez fue una derrota con sabor a victoria. Con la diferencia de que en La Haya no hubo más que derrota, porque las excepciones preliminares fueron negadas, y el sabor a victoria fue sólo producto de la imaginación del abogado contratista Carlos Gustavo Arrieta. En nuestro caso el ardid permitió esquivar lo que hubiera sido una condena que afectaría la imagen de Barbados en el exterior, pero la acción logró en últimas su propósito, que fue que cesara la discriminación. Eso si supo bien. Dos años después, ya de regreso en Colombia me enteré de que uno de estos paisanos, que sufría de un incipiente cáncer, se había agravado. Tras una breve nota diplomática el gobierno de Barbados liberó al compatriota y enviamos a una funcionaria a traerlo. Jimmy Nagles, se llamaba. Tuvo la satisfacción de saber que su país siempre lo apoyó. Falleció a los pocos días de llegar a su Cartagena natal. Quiso la vida que coincidieran en la ayuda dos funcionarias de gran profesionalismo y muy capacitadas que ocuparon sucesivamente la dirección consular de la Cancillería, Martha Lafaurie de Arévalo y Maria Victoria Díaz de Suárez. Es justo dejar testimonio de esto.

Cortada la cabeza, muerta la culebra, reza el refrán. Si Barbados corta el cordón umbilical con la reina Isabel II ese “privilegio de la Corona” que usaron como comodín, desaparecerá por falta de corona.

Me imagino que se perderá también el juego con los honores y títulos. El héroe nacional, un gran jugador de cricket, fue designado héroe por decreto, y recibe título de caballero: Sir Garry Sobers. ¿Tendrá que renunciar a ser «Sir»? Vale agregar que con mucha discreción y mesura, el propio gobierno de Barbados también otorga estos honores, con lo que alternan con igual elegancia los caballeros honrados por disposiciones de la Corona con quienes recibieron el honor por su propio gobierno. La local es la orden de Saint Andrew, que corre paralela con las muy honorables órdenes de caballería con que los británicos hacen gala de su facilidad para burlarse de ellos mismos: la más preciada es la de la Jarretera, Order of the Garter. Y está la del Baño, Order of the Bath, y la del Cardo, Order of the Thistle. El tìtulo de Caballero, Sir, viene con la orden, y sólo los entendidos distinguen entre unas y otras. Lo importante es adosar “Sir” al nombre. Cuando estén despojados del vínculo monárquico esa práctica tendrá que desaparecer. No más sires.

Tampoco creo que podría mantenerse el honroso apelativo de consejero de la reina, Queen´s Counsel, que usan los abogados a quienes se les ha concedido esa valiosa patente. El brillante jurista que nos llevaba la acción constitucional a la que me referí lo ostenta: Alair Shepherd, QC. Si reniegan de la reina no creo que los abogados locales puedan seguir distinguiéndose como sus consejeros. Tendrán que pasarse a un calificativo menos monárquico como State Council o Senior Council. No suena igual.

Como dato interesante vale señalar que la hija del héroe nacional, Sir Garry Sobers, es colombiana de nacimiento. Y el heroísmo que lo consagra consistió en ganarle a los ingleses en cricket, haciendo parte del equipo de las West Indies (Indias Occidentales: no confundir con las indias nativas, las que hicieron exclamar a Colón “¡Santa María, que Pinta tiene la Niña!). Entre paréntesis, también es de origen colombiano la hija del gran héroe deportivo dominicano, el pelotero Juan Marichal, exaltado al Salón de la Fama en los Estados Unidos, ex ministro del Deporte. Vaya coincidencias.

Un detalle curioso es que los Royals, la familia real británica, podían desplazarse por estas naciones sin problemas de protocolo, pues eran parte de la respectiva corona. Estaba asistiendo a un desfile de la independencia de Barbados por el año 2000 cuando anunciaron que en la partida de S.E. el Gobernador General venía S.A.R el príncipe Harry. Nadie sabía que estaba en la isla. En cambio, cuando en mayo de 2018 el príncipe Carlos vino a Colombia recuerdo haberme sentido bastante apesadumbrado por la monumental exhibición de ramplonería, tropicalismo y arribismo. Pilar Castaño ocupó todos los medios de TV para enseñarle a los plebeyos criollos cómo hacerle la media genuflexión a Camila Parker Bowles, hoy duquesa de Cornualles, con tratamiento de Alteza Real por su matrimonio con el príncipe Carlos. ¿A nadie se le ocurrió hacerle ver a nuestra sabihonda socialité que los colombianos no somos súbditos de ningún rey, y que los lagartos, manzanillos y arribistas de poca monta, los intrigantes de alto vuelo y los pájaros de cuenta de los que contamos en abundancia tampoco clasifican como cortesanos? La visita de uno de estos Royals a nuestro país todo lo que exige es que el protocolo se asegure de que sepan dirigírsele con sus títulos en los actos oficiales. Nada más, y esto por cortesía y porque vienen en visita oficial. Pues no tenemos tampoco obligación alguna de reconocer títulos extravagantes, como aquel que se arrogaba el dictador ugandés Idi Amín Dada de “Conquistador del Imperio Británico”, o el reguero monumental con que se adornaba el dictador dominicano Rafael Leonidas Truillo. En Colombia no hay que hacerle genuflexiones a nadie, ni al Eterno ni a las Kardashians ni a los Royals. Si acaso, a Supermán López si gana el Tour; o de pronto en un futuro cercano a Sir James, si lleva al Everton a ganar la Champions y se gana título de caballero de alguna orden admisible para extranjeros. Al Senador Macías estas cosas como que no se las enseñaron en la primaria. Como reflexionaría el gran periodista Samper Pizano, la clase y la elegancia no emergen por causas naturales; hay que aprenderlas.

Barbados, que yo sepa, no va a retirarse de la Commonwealth. La reina Isabel II es la cabeza de la organización, pero esta peculiar congregación es de naciones independientes, que pueden tener al soberano británico por su propio jefe de Estado, o pueden contar con un jefe de Estado nativo. De modo que si Barbados se transforma en república nada cambiará en su organización política, ni en sus relaciones internacionales. Seguirá siendo una democracia parlamentaria y nación independiente.

Todo lo que se relaciona con las instituciones británicas es sui generis, y escapa un poco a nuestra capacidad de comprensión. Supongo que sólo está al alcance de quien entienda el cricket o le guste la comida o el clima de las Islas Británicas, o crea que Boris Johnson es inteligente y sabe peinarse. Yo aplico aquello de que si es de Bayer es bueno. Si es británico, no está roto; y si no está roto, no lo arregle. El orden de las cosas en los reinos de Su Majestad es difícil de comprender, a menos de que se aplique una consigna simple: así es y no se discute. La reina es la cabeza de la iglesia, que más que iglesia parece club social; en los demás países por lo general los jerarcas de alguna iglesia son la cabeza oculta del Estado. A Her Majesty no le imponen nada; sólo le dan consejos constitucionales que son órdenes. Mientras en países islámicos los adúlteros son apedreados, “stoned”, los ingleses sólo cometen adulterio cuando están “stoned”, i.e., jinchos como una cuba. En el Reino Unido a nadie se le ocurre increpar a un agente de policía “¡usted no sabe quién soy yo!”… más bien pregunta “¿quién soy yo?”. Pasarse de listo, too clever by half, no es una gracia en el Reino Unido; entre nosotros las jugaditas de Macías y la viveza criolla son celebradas como hazañas.

La Corona es una institución al tiempo respetada y criticada, objeto tanto de culto y admiración como de burlas y recriminaciones. Pero bien puede defenderse sosteniendo que produce grandes dividendos y que asegura la estabilidad en ese complejo mundo post colonial que se desprendió del Imperio. La noticia sobre la supuesta independencia de Barbados menciona que Guyana, Trinidad y Tobago y Dominica ya lo hicieron, lo que es cierto. Y también es cierto que no les fue muy bien con sus jefes de Estado criollos. Recuerdo que en 1987 estaba en Trinidad Tobago y tuve que preparar un informe para tratar de explicar que por tratarse de una democracia parlamentaria había que tener en cuenta que quien tenía el poder era el primer ministro, y no el presidente. Pues recibía de nuestra cancillería notas dirigidas al presidente, con títulos de doctor que no se estilan en diplomacia, y de contenido político. El presidente no cumplía sino funciones protocolarias. Tuve que explicar también que de hecho el ministro de relaciones exteriores, entonces Basdeo Panday, tampoco mandaba mucho, y por ello los diplomáticos que intentaban abordarlo en recepciones o solicitándole citas privadas tacaban burro. Ocurre que Panday era indostano y su movimiento político había hecho una alianza con un partido afrodescendiente formado por un líder muy interesante, Arthur Napoleon Robinson. El partido llevaba sus iniciales ANR. Ganaron las elecciones y por acomodos políticos Panday fue designado ministro de RR.EE., pero no tenía poder de decisión, no designaba ni a una secretaria y además era crítico ácido del propio gobierno del que formaba parte. Por vueltas de la vida años después Panday llegó a primer ministro y Robinson fue designado presidente, con funciones que en apariencia eran sólo protocolarias. Aquí hay que señalar que cuando la monarca británica es la jefe de Estado los problemas constitucionales no se presentan. Como lo mencioné, se aplica la regla inmanente de que las cosas con como son y no se discuten. Pero ya con un presidente nativo no es lo mismo. Panday decidió nombrar ministros que no habían sido elegidos parlamentarios, y eso es una herejía para el sistema parlamentario de modelo británico, en donde todo ministro tiene que haber sido elegido parlamentario, y por ello reciben el título de “The Honorable NN, MP, minister of …” (MP, miembro del parlamento). Robinson tenía que posesionar estos ministros y decidió no hacerlo, invocando que no eran parlamentarios, y aquello generó una crisis constitucional. Luego hubo unas elecciones en las que no hubo una clara mayoría. Antes hubiera sido la monarca, o su representante, el gobernador general, quién llamaría a formar gobierno al líder del partido que obtiene la mayoría de las elecciones. Pero ahora el turno fue para el presidente Robinson, quien llamó al partido que había ganado por un margen muy estrecho. Panday no lo aceptó, ni aceptó ser líder de la oposición. La profunda crisis sólo se resolvió con nuevas elecciones. Este tipo de acertijos constitucionales no se presentan con la monarquía, por el respeto que genera. Cuando los países deciden prescindir de la figura de la reina Isabel como su propio jefe de Estado, con el sombrero del país en cuestión, salen a relucir todas las grietas que los británicos saben rellenar siempre en su propio patio con la flema, versatilidad y originalidad que los caracteriza. Y que los franceses nunca han entendido. Por algo a Gran Bretaña la llaman la pérfida Albión.

Los doctores de la Santa Madre Iglesia y el rumbo de los acontecimientos definirán si será bueno o malo para Barbados desprenderse de su reina y adoptar un jefe de Estado nativo. Yo sólo examino detalles circunstanciales y la verdad, veo más pérdidas que ganancias, excepción hecha de la cuestión del orgullo o dignidad nacional. Señalo un aspecto colateral positivo para los diplomáticos. Los embajadores presentamos Credenciales al Gobernador General, que por lo general es un magistrado retirado, un profesor, o alguien ajeno a la política, una figura patriarcal. Con un jefe de Estado protocolario el tema de conversación tiene que ser también protocolario: Rihanna, el cricket, el ron Malibú, Alberto Spencer – memorable goleador ecuatoriano, ídolo del Peñarol de Uruguay, hijo de un barbadense que trabajó en las obras del Canal de Panamá- ; origen del nombre Barbados, y otras trivialidades. No se pueden tocar temas de política internacional. Esto no ocurre con los embajadores de los países de la Commonwealth, que entre ellos se llaman High Commissioners (Altos Comisionados). Como no sería lógico que la reina se acredite ante ella misma a un embajador, estos Altos Comisionados son acreditados por Letters of Introduction, que son dirigidas y presentadas al respectivo primer ministro. Ello, en la práctica, establece una discriminación: el embajador en sus Credenciales sólo pasa por una charla social con un jefe de Estado protocolario; mientras que un High Commissioner al presentar sus Letters of Introduction trata con quien ejerce el poder, y con quien puede hablar sobre los asuntos que le interesan a su país. La diferencia es sutil, pero existe.

Se perderá, pues, el encanto y la sofisticacion de Her Majesty adornando todo. Aseguran sus líderes que en Barbados empezaron descolonizando la política, luego descolonizaron la jurisprudencia al retirarse de la jurisdicción del Comité Judicial del Privy Council como tribunal de apelaciones en causas criminales, y ahora completan el proceso al renunciar al sistema monárquico. Que en realidad no era más que una fachada. Barbados pasará a ser república, sin espasmos. Si es positivo para el país sólo lo dirá el tiempo. Esta isla, conocida en su época como la joya de la Corona, tiene mucho que enseñarnos. Es un país serio en miniatura; mientras nosotros parecemos países gigantes de opereta. Con reina o con presidente seguirá siendo una nación orgullosa y organizada, poseedora de envidiable civilización política y de ejemplar sistema judicial, servicio civil y cuerpo policial.

Publicado en Blogs El Espectador. 

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